Emilse Guerrero Meneses recuerda que, desde su niñez, las comunidades del corregimiento Palomar, en Caucasia, hacían jornadas de limpieza de las ciénagas y humedales que rodean sus viviendas cerca del río Cauca. Tiene 47 años y es líder social de esa zona, donde hay 14 espejos de agua que les sirven para su sustento diario a través, principalmente, de la pesca.

“La ciénaga para nosotros es todo: es cultura, es pasión, es un actor social porque uno también sale con sus familias para las ciénagas a pasear; es relacionamiento con lo espiritual, porque uno también va y en ese silencio medita. Un actor económico, también, porque de ahí sale la producción; y también es importante en lo ambiental”, cuenta la mujer de acento ribereño y ritmo pausado, que también pertenece al Consejo Comunitario Afro Palomar.

A pesar de su importancia, los ecosistemas cenagosos están deteriorados. Así lo explica Gloria Alexandra Arango Rojas, bióloga que trabaja para el Proyecto Hidroeléctrico Ituango en temas ambientales de la cuenca media y baja del río Cauca. El impacto de “otras actividades antrópicas que llevan décadas en el territorio como la minería, la ganadería y la agricultura” hace que, por ejemplo, se corte el flujo natural entre las ciénagas y el río. “Cuando yo tapo una ciénaga casi que lo que hago es acabarla”, dice.

Las ciénagas y humedales prestan varios servicios ecosistémicos. Por un lado, sirven de sustento a las comunidades humanas. De acuerdo con cifras de la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP), hay 1752 pescadores en las ciénagas de Cácares, Caucasia y Nechí. Sus familias derivan su sustento de los cuerpos cenagosos, tanto porque aprovisionan a sus familias como por el pescado que venden para ser comercializado en Medellín, Montería y Barranquilla.

Además, Arango Rojas explica que las ciénagas son la “sala cuna” de muchas especies de peces del río Cauca, pues allí es donde maduran sus alevinos. Como si fuera poco, estas zonas de inundación tienen una relación de dependencia con el río Cauca, pues amortiguan los niveles de agua durante el invierno y, en temporada seca, devuelven parte de su agua.

Además del impacto que por décadas ha dejado la presencia humana, la contingencia de Hidroituango, ocurrida en abril de 2018, ocasionó una sequía repentina en el Bajo Cauca. Al cerrarse las compuertas de casa de máquinas a comienzos del 2019, el nivel del río bajó hasta menos de 2 metros de profundidad. En palabras de Emilse Guerrero, allí les afecta más la sequía que las inundaciones, con las que conviven más a menudo. Además, estos procesos suelen ser más paulatinos.

Debido a la contingencia, EPM asume que probablemente se afectaron estos ecosistemas, como afirma la bióloga Arango. Esta es una de las razones por las que la empresa aumentó su presencia y trabajo en el Bajo Cauca a través de distintos convenios que buscan recoger suficiente información para saber, primero, cuáles fueron las afectaciones y, segundo, cómo se puede contribuir a la restauración ecológica de los ecosistemas.

Entre estos convenios aparecen instituciones como la AUNAP, la Universidad de Córdoba, la Fundación Humedales, Corantioquia y la Universidad de Antioquia con tareas distintas que van desde la limpieza de las ciénagas hasta el estudio de la reproducción y la migración de los peces del río Cauca. La mayoría de estos buscan vincular a las comunidades en la recuperación de los espejos de agua.

Para personas como Emilse, la vida entera está ligada a la cotidianidad anfibia. De las ciénagas de Palomar, que enumera con nombres propios —ciénaga del Pueblo, Grande, de la Envidia, Las Marías, La Gabrielita, La Victoria, La Malanoche, el Pozo del Edén, Perdia, El Arcángel, la de Meño, El Olvido, Sapo Hermoso, Puente Pando y La Llave— no solo obtienen sus medios de vida, sino que sus vidas transcurren sobre y junto a estas. Por eso, proteger y recuperar la salud de las ciénagas es también preservar la cultura de sus comunidades.